Caballos legendarios
Bucéfalo
Contenidos
Prólogo
Prólogo
21 de julio, 356 a. C.
El día en que nació Alejandro Magno, tuvo también lugar otro acontecimiento muy significativo para la humanidad. Un hombre llamado Eróstrato redujo a cenizas una de las siete maravillas del mundo antiguo, el templo de Artemisa, en Éfeso (actual Turquía). Tras ser torturado, confesó que anhelaba obtener la gloria y la fama a cualquier precio, y que no concebía mejor forma de lograrlas. Fue llevado ante los tribunales y ante el pueblo, quienes le dedicaron miradas de odio y repulsa.
Pero si los jueces y la multitud hubieran estado menos cegados por la ira, habrían reparado en la Sibila, apenas iluminada por las llamas agonizantes de las ruinas del templo. La anciana se agitaba entre convulsiones y gritos, con los ojos en blanco, anunciando un trance profético. Un sacerdote que había sobrevivido al incendio escuchó su oráculo justo antes de que la mujer cayera en un profundo coma que habría de durar varios días. Más tarde grabó las palabras de la Sibila en una tablilla de cobre. Sus labios, con una voz que parecía provenir de los dioses del Olimpo, anunciaban:
Prólogo
Grande es la ira de Artemisa, hija de Zeus. Ella misma habría castigado al autor de este sacrilegio mortal, atravesándole el corazón con una de sus flechas de plata, de no habérselo impedido un urgente menester. La diosa vela en este preciso instante el nacimiento de quien habrá de hacer respetar a los dioses en todo el imperio terrenal. Artemisa, diosa de la caza, la naturaleza silvestre y los animales salvajes, diosa de las parteras y diosa-constelación de la Osa Mayor, toma ahora una estrella de la constelación de Centauro y se la ofrece al niño para que le guíe en su glorioso destino. El recién nacido queda bajo la protección de este ser mítico, mitad hombre mitad caballo, y vincula su destino a Quirón y a los caballos.
Pero esta afrenta de Eróstrato no habrá de repetirse. Un hombre no debe jamás volver a medirse ante los dioses. Los delirios de grandeza y gloria son debilidades humanas que nunca deben poner en peligro el reino de los dioses, ni el de los demás hombres. Artemisa añade ahora otro poder a la estrella. Si, por desgracia, su portador hubiera de sucumbir a la locura o la rabia, o
Prólogo
superara su ambición a la razón, la estrella habría de llevarlo a la perdición.
Mientras guarde esta estrella, nadie podrá derrotarlo. Mientras sea humilde y honesto de obra, mientras observe mesura y sapiencia, será invencible. Pero si fracasa, será consumido por la ira de Zeus.
Y en ese momento, el niño que habría de convertirse en Alejandro Magno, uno de los mayores conquistadores del mundo, lloró por primera vez.
A través de los dolores del parto, la reina Olimpia, sacerdotisa de Zeus y ambiciosa esposa de Filipo II de Macedonia, escuchó el oráculo de Artemisa como un presagio y, a pesar del cansancio, una sonrisa victoriosa se dibujó en sus labios. ¿Qué madre no sueña con un destino excepcional para su hijo? Con la ayuda de los dioses, haría todo lo posible para criar a Alejandro y educarlo hasta alcanzar el nivel preconcebido, cumpliría sus propios sueños de poder y gloria eterna. No creía la advertencia de la Sibila. Si Alejandro gozaba de la protección de los dioses, ¿por qué debía mostrar mesura y reserva? Sería el más
Prólogo
grande de todos los hombres, dirigente de ejércitos y venerado hasta el fin de los tiempos.
Cuando la partera le entregó al recién nacido, Olimpia lo tomó en sus brazos y lo abrazó tiernamente, pero sintió un pinchazo en la nuca. Al separarse del recién nacido, descubrió que en su puño este asía con firmeza una estrella de bronce. Al instante, reconoció el poder de la estrella, el objeto destinado única y exclusivamente a Alejandro y, pensando que el oráculo estaba destinado solo a ella, Olimpia creyó que nadie más conocía la existencia de la estrella, salvo la partera. Ella había visto la estrella de Artemisa y no podía correr el riesgo de que revelara el secreto. La desdichada matrona sucumbió de manera fulgurante al reencuentro con las serpientes de Olimpia, con las que esta acostumbraba dormir. La estrella de Artemisa, hija y mensajera de Zeus, sería la marca secreta de la ofrenda de los dioses para convertir a Alejandro en invencible e inmortal…
Sobre la planta del anterior, a mediados del siglo IV a. C., se construyó un segundo templo de Artemisa, que habría de ser saqueado por los ostrogodos
Prólogo
en el 263 a. C. y quemado por los cristianos en el 401 a. C. El emperador Justiniano lo desmantelaría definitivamente al destinar varias de sus columnas a la construcción del Palacio Imperial de Constantinopla. Al igual que tantos otros después que él, Justiniano dedicó muchas horas a tratar de descifrar el significado de las palabras grabadas en la tablilla de cobre incrustada en una de las columnas de piedra. ¿Quién no había soñado con poseer la estrella de los dioses todopoderosos? El emperador guardó la profecía grabada en palacio, enrollada en un enorme tapiz bizantino y oculta en su gran biblioteca, junto con todos sus demás tesoros.
El azar, o el destino, harían que Alejandro llegara a Éfeso a los veintitrés años de edad y ofreciera oro a los griegos para contribuir a la reconstrucción del templo, pero el pueblo, temeroso, rechazó la oferta y Alejandro siguió su camino, sin haber llegado a contemplar ni una sola vez aquella tabilla de cobre incrustada en una de las columnas del naos, el corazón sagrado del templo.
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Capítulo 1
La red
—Huir de Babilonia a través de las arenas, seguir el curso, las lágrimas divinas de oro blanco, la sangre sobre el templo de piedra de Zeus… Profesor Temudjin, si el último jinete del ejército de Alejandro Magno confió el fragmento de la estrella a los sacerdotes de un templo de Zeus, no encaja en nuestra reconstrucción de la ruta topográfica que creemos que siguió. Aproximadamente en el 326 a. C. y hasta el reparto del imperio entre sus generales en los años posteriores a la muerte de Alejandro en Babilonia, alrededor del 323 a. C., no existe ningún rastro histórico ni geográfico de templos dedicados a Zeus en la zona delimitada. Y en cualquier caso, se necesitarían años para desenterrar restos en el desierto, ¡como los de Gerasa en Jordania, por ejemplo! "
—John, el templo de Zeus hallado en Gerasa es romano, no griego, como tantas ruinas posteriores a Alejandro llamadas grecorromanas —explica el profesor, pacientemente.
Capítulo 1
—Lo sé, profesor, pero empiezo a desesperarme. Hannibal tiene cuatro de los cinco fragmentos del sello de Alejandro Magno, y no creo que encontremos el último fragmento antes que él…
Los miembros de la red, agotados por la intensa investigación, parecen completamente abrumados ante las conclusiones de John. Entonces una voz femenina rompe el pesado silencio.
—¿Profesor?
—Dime, Leyla.
—Comencemos por el principio. Estamos seguros de que el jinete, aún en posesión del fragmento, cruzó el desierto de Siria en dirección suroeste desde Babilonia, y que no llegó ni al Mediterráneo ni al mar Rojo. Ello significa que la zona de investigación se limita a la región comprendida entre el sur de Siria, el noroeste de Arabia Saudita y Jordania. Para sobrevivir en estas tierras desérticas, debió tomar un camino en el que fuera probable encontrar agua, pasando por los pocos pozos y oasis que con frecuencia estaban a varios días de distancia
Capítulo 1
entre sí. Tuvo que encontrarse con tribus nómadas, de las que viajaban en caravanas de una ciudad a otra al tiempo que difundían sus creencias. ¿Podría ser que el jinete, al vagar perdido por tierras desconocidas, se hubiera cruzado con los representantes de otra divinidad y la hubiera asimilado a Zeus?
—Leyla, ¡eres un genio! —grita Salonqa—. Las caravanas transportaban lágrimas divinas de oro blanco, incienso precioso venido de lo que hoy es el Sultanato de Omán, hasta Egipto y Mesopotamia. Los ricos nabateos, pueblos nómadas cuyo nombre proviene de «nabat», que significa «agua que brota de la tierra», tenían el monopolio de la ruta del incienso. Dominaban las técnicas para la detección, el almacenamiento y la ocultación del agua en el desierto.
—¿A qué dios veneraban? —interrumpe Pablo—. ¿Hay algún templo o estatua de un Zeus local por allí?
—El dios supremo era Dushara, el dios de la montaña —responde John. Los nabateos carecían de representaciones humanizadas de sus dioses, pero en los lugares considerados
Capítulo 1
sagrados alzaban piedras erguidas rectangulares Denominadas «betilos», que significa «morada de los dioses». En sus ceremonias, trece sacerdotes rociaban el betilo con la sangre de un animal sacrificado. Esto explicaría la sangre sobre el templo de piedra de Zeus.
—Y el principal lugar de culto era Petra, en Jordania —añade Leyla, temblando de emoción—. Petra, considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la «piedra» de arenisca dorada y rosácea donde los nabateos almacenaban sus riquezas. Una ciudad inaccesible oculta en un laberinto de simas de granito, aislada de las vías de paso naturales, rodeada de lomas-refugio incrustadas en paredes vertiginosas y de estrechos valles y desfiladeros que la hacían inexpugnable…
—Te envío los mapas de Petra —dice John—. Si la ceremonia de culto del Dushara se celebraba en la cima de la montaña, la procesión de sacerdotes y fieles devolvían el betilo y las numerosas ofrendas al templo ubicado en la ciudad baja, donde he puesto la flecha. Si nuestras deducciones son correctas, hay muchas probabilidades de que el fragmento del sello aún
Capítulo 1
se encuentre ahí. Profesor Temudjin, ¡solicite rápido a la UNESCO que cierre la entrada al templo!
El profesor, habitualmente inmutable, muestra de repente signos de malestar. Levanta una mano para indicar a los miembros de la red que guarden silencio, con la mirada puesta en otro lugar. Al cabo de un rato que parece durar una eternidad, anuncia:
—Acaba de producirse una terrible noticia de última hora. Una serie de explosiones de origen desconocido han destruido gran parte de las ruinas de Petra. Lo siento…
Al mismo tiempo, se lleva a cabo una conversación en los cielos:
—Buen trabajo. La cantidad acordada ha sido transferida a la cuenta especificada.
Los ojos azules del hombre brillan de satisfacción cuando pone fin a la llamada en su teléfono vía satélite. Una sonrisa malévola se dibuja en los labios de John Fitzgerald Hannibal mientras su jet privado sobrevuela Jordania. Con la punta del dedo índice, acaricia una pieza
Capítulo 1
triangular de bronce, único contenido de un maletín blindado capaz de resistir el impacto de un misil de última generación. El valor del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO tenía poca importancia para él; su destrucción ha permitido a los arqueólogos corruptos de la fundación «Hannibal Human History» hacerse con el último fragmento de la estrella de Alejandro Magno. Ahora nada ni nadie le impedirán llevar a cabo su plan…
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Capítulo 2
Baviera (Alemania)
Al tiempo que el avión comienza por fin su descenso, Hannibal contempla por la ventana las torres de su castillo, Schattental, el «valle de las sombras», una construcción cargada de historia que antaño perteneció a un descendiente de la familia de Luis II de Baviera. Luego la Hannibal Corp. lo compró por una generosa suma y lo convirtió en un laboratorio. El avión se adentra en el profundo valle oculto entre dos montañas en dirección a un castillo de la época romántica, aunque de arquitectura algo ecléctica; su estilo es románico, pero incorpora elementos neogóticos y bizantinos. El castillo está situado en el corazón de un bosque de altos pinos negros y rodeado por un inmenso jardín escalonado con numerosas fuentes. En el ala derecha del enorme castillo se sitúa una estructura de madera y piedra, semejante a un gran aprisco, cuyo techo es mucho más alto de lo habitual en estas montañas. La maleza que rodea el edificio no se ha segado, pero es irregular y desigual y muestra calvas aleatorias que sugieren la presencia cercana de animales, confirmada por el vallado
Capítulo 2
electrificado. Aunque ahora está exenta de toda vida, obviamente la zona sirvió para albergar animales en el pasado. En la parte trasera del castillo se halla un edificio sombrío de piedra, similar al aprisco, que parece igual de abandonado.
Del castillo sobresale una pista de aterrizaje que desentona con el paisaje, construida para facilitar las idas y venidas de los empleados de la Hannibal Corp. y del propio Hannibal. Sus esbirros salen a recibirle, pero Hannibal aguarda pacientemente en lo alto de la escalerilla del avión, inhalando el aire limpio y húmedo y el olor de la savia, el musgo y la hierba tan característicos de la región de Baviera. Sin embargo, retorna rápidamente a la realidad en cuanto una vibración en la muñeca le comunica que tiene un mensaje pendiente. Mira la pantalla de su reloj inteligente, que presenta una foto de Nadia con sus tios en el aeropuerto de Vladivostok (Rusia).
—Buen trabajo, Filipe —responde.
A continuación, Hannibal se dirige hacia la entrada del castillo, donde una especie de puente levadizo automático
Capítulo 2
proporciona acceso a un enorme vestíbulo gótico. Unas gárgolas de aspecto amenazante presiden la entrada de los visitantes, cuyos pasos resuenan en el alto techo. Las suelas llenas de barro de Hannibal ensucian la alfombra bizantina que cubre íntegramente el suelo, recuperado durante una de sus expediciones a la antigua Constantinopla tras los pasos de Alejandro. Las sillas vacías alineadas en la pared esperan a los invitados inexistentes; varias lámparas de araña penden a lo largo del camino marcado por pilares con arcos de medio punto para iluminar una sala que ya no recibe luz natural a través de las antiguas vidrieras, puesto que estas han sido sustituidas por placas opacas blindadas.
Hannibal recorre una escalera de caracol débilmente iluminada por las bombillas montadas en la pared y entra en una cámara de seguridad que cuenta con protección triple. Primero, Hannibal coloca la yema del dedo índice derecho sobre un escáner; a continuación, teclea un código en una interfaz digital y, por último, pronuncia alto y claro:
—John Fitzgerald Hannibal.
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La puerta se abre lentamente y deja ver un pasillo circular que rodea la escalera central. Hannibal camina a toda prisa por el pasillo, seguido de cerca por uno de sus gorilas ataviado con un traje negro. Pasa una primera sala enorme, llena de pantallas, en la que tres empleados monitorizan atentamente las acciones de todos los residentes del castillo, cada una de las habitaciones y los alrededores del edificio, mediante las cámaras instaladas por doquier. El grupo continúa por el corredor circular hasta llegar a una segunda sala totalmente acristalada, que parece ser un laboratorio. Hay mesas y material quirúrgico de gran tamaño por todas partes, personas con bata blanca y mascarilla, tubos de ensayo, microscopios, computadoras, paneles con esquemas de genomas y ecuaciones con flechas que los conectan. Sin mirar siquiera la actividad que transcurre en el laboratorio, Hannibal camina hasta el final del pasillo y luego da media vuelta. El guardia se detiene y da la espalda a Hannibal para concederle un poco de intimidad.
A mano izquierda, la escalera prosigue su descenso hasta una segunda planta de sótano, y al frente
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se halla una puerta similar a la de una caja fuerte, equipada con numerosos pasadores y cerrojos mecánicos, además de un picaporte que recuerda al timón de un velero. Hannibal se acerca un poco más, evitando con esmero pisar uno de los adoquines situado en el medio del pasillo. De un bolsillo de la camisa extrae una llave en forma de estrella de dieciocho puntas, unida a una cadena de platino, y la inserta en el ojo de la cerradura, situado en el centro del picaporte. Luego, mientras el guardia espera pacientemente, Hannibal agarra el picaporte de la puerta de seguridad y ejecuta la secuencia de apertura, que consiste en una serie de giros de timón a derecha e izquierda. Una rápida sucesión de clics resuena en el corredor, denotando la impaciencia de Hannibal.
Poco a poco, con un fuerte silbido, la puerta se desbloquea y procede a la apertura; tras ella se divisa una pequeña sala circular con relieves metálicos. En el centro de la sala se halla una máquina cilíndrica, instalada sobre una mesa de piedra negra volcánica cuyos bordes están iluminados por una suave luz dorada. Su centro presenta una cavidad en forma de estrella de cinco puntas. La máquina está rodeada
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por una serie de puntos de control electrónico, protegidos por cúpulas de cristal que contienen unidades de visualización no más grandes que el tamaño de una mano humana.
Hannibal camina alrededor de la máquina, en dirección al punto de control situado en la parte posterior de la sala, y presiona una pequeña palanca lateral.
Se muestra un teclado numérico en el que se apresura a teclear un código, que rápidamente desbloquea el acceso a la cúpula. Hannibal coloca el quinto y último fragmento de la estrella, recién salido del maletín, en un pequeño hueco triangular. Seguidamente se dirige a uno de los guardias, con la voz temblorosa de emoción:
—Christian, ¡el champán!
Da un paso atrás y agarra el maletín vacío mientras la cúpula va cerrándose lentamente. Cuando suena el clic del cierre, Hannibal suspira, satisfecho.
—Todo está listo al fin.
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Capítulo 3
Alguien llama a la puerta de la oficina en la que Hannibal relee una vez más la tablilla de cobre que sustrajo del tesoro del emperador Justiniano. ¿Debería creer las divagaciones de una vieja loca y tomarse en serio estas advertencias? No, seguro que no, se dice a sí mismo. Los golpes en la puerta van creciendo en intensidad. Hannibal decide contestar. Enojado, deposita la tablilla sobre el montón de esquemas y mapas que cubren su escritorio.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué es lo que pasa ahora?!
—Señor, son las siete.
Hannibal casi ha perdido la noción del tiempo. Se despega de su sillón de cuero marrón y rápidamente pone en orden el amasijo de papeles desperdigados sobre el escritorio ovalado de roble macizo instalado en el centro de la estancia, apaga la pequeña lámpara de pie que se halla en el ángulo de dos estanterías de pared repletas de libros y sigue a su interlocutor, no sin antes cerrar la gran puerta blindada. Desciende las escaleras de la torre a toda prisa detrás de su esbirro, sin
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prestar atención a las aspilleras ni a las piedras irregulares que conforman las paredes de la torre, ni a las marcas del tiempo de los escalones, cuyos bordes se han redondeado a fuerza del desgaste. Solo tiene una cosa en mente: culminar su plan tras tantos años de trabajo, investigación, combate y violencia.
No obstante, Hannibal se esfuerza por liberar su mente, sabedor de que si demasiados pensamientos la nublan, si se muestra preocupado o ansioso, el animal lo detectará de inmediato y no le dejará acercarse a él. La escalera da a una amplia zona de recepción, presidida por un fresco cenital inspirado en el de la Capilla Sixtina, que se extiende por las paredes y los arcos y desciende hasta el suelo de mármol blanco. Las cómodas, mesas y sillas de otro tiempo ocupan un lugar de honor, a pesar de que llevan muchos años sin utilizarse. Los pasos de Hannibal resuenan sobre el mármol cuando se dirige hacia la escalera central.
—Christian, ve a comprobar que todo esté listo fuera.
Al oír la orden, el esbirro sale con premura por la puerta de atrás,
Capítulo 3
controlada mediante un código, como todas las demás. Acto seguido, Christian entra en el edificio trasero, que alberga un gran picadero de madera provisto de arena ocre, conectado mediante un pasillo al box construido en la sección derecha del castillo. Todo está en orden; sin novedad. Christian no detecta ninguna amenaza, ni interior ni exterior.
Al llegar a la segunda planta del sótano, Hannibal abre una enésima puerta y accede a una habitación enorme, del tamaño del castillo, cuya superficie está cubierta de tierra y sembrada con pasto. Se proyectan imágenes de bosques montañosos y paisajes ondulados sobre las paredes, equipadas con cables eléctricos permanentemente magnetizados por los técnicos de Hannibal para repeler automáticamente a cualquier persona, animal o cosa que se les acerque. Un ser humano se sentiría sin duda prisionero de tal subterfugio, a pesar de los numerosos arbustos y flores esparcidos a lo largo de tamaña estancia. La luz reinante parece natural, pero algo tenue, como si fuera un día gris y nublado.
Hannibal toma un cabestro que pende de un gancho situado en la parte posterior de
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la escalera y silba, con la esperanza de atraer la atención de su objetivo. El sonido de unos cascos retumba sobre el techo de piedra. Poco a poco, Hannibal va atisbando la silueta de un caballo entre los árboles. Surge un semental, casi adulto y completamente negro, salvo por la estrella blanca de su frente, un espécimen de fuerza y elegancia majestuosas. Su crin negra revolotea al ritmo del galope sin despeinarse, sus músculos se tensan bajo una capa reluciente y uniforme, y sus ojos brillantes observan al recién llegado con una determinación sin igual.
—Bucéfalo, ven a mí —susurra Hannibal.
El animal se acerca lentamente. Hannibal extiende los brazos y enseña el cabestro al caballo en señal de paz y buena voluntad. Bucéfalo se queda quieto, desconfiado, al detectar los pensamientos que pueblan la mente de Hannibal y su nerviosismo subyacente, al percibir el estrés y el ansia del hombre que tiene ante sí. Este se acerca paso a paso, pero cada vez que avanza, el caballo recula, piafando. Hannibal trata de evitar los movimientos bruscos y se esfuerza por mostrarse lo más tranquilo y afable posible, en
Capítulo 3
vano. Bucéfalo continúa retrocediendo, desplazándose en pequeños círculos y golpeando el suelo repetidamente con las pezuñas. La ansiedad va venciendo al caballo, que tiene las orejas hacia atrás y azota el aire con la cola, a medida que se va agotando la paciencia de Hannibal. El corcel parece imposible de dominar, pero Hannibal hace un último intento. Se da la vuelta y simula marcharse, lo cual parece tranquilizar a Bucéfalo. Camina dos pasos hacia la escalera y deja caer el cabestro, pero sujeta las riendas con firmeza. Entonces se gira de sopetón, da un salto y agarra al caballo por el cuello.
Hannibal trata de introducir el hocico de Bucéfalo en la muserola del cabestro, pero el semental se encabrita, furioso, y arroja a Hannibal contra el suelo. Luego se aleja a galope y se cobija entre los árboles, lejos de este hombre y sus tácticas engañosas.
Hannibal, presa de la frustración y la ira, algo inusual en él, lanza con rabia el cabestro al suelo. Da media vuelta y decide ir en busca del único hombre capaz de domar al animal: Sergei Tkachev, quien le enseñó a montar a caballo de niño, hace ya mucho tiempo…
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Capítulo 4
Hannibal irrumpe en la habitación de Sergei, ubicada en lo alto de una de las muchas torres del castillo. Este deja la lectura que tenía entre manos y obedece sus órdenes inmediatamente. Sabe que no tiene otra opción, que cuanto antes complete la misión del «heredero», más pronto podrá volver a casa y reunirse con su hija y demás familiares. Aprieta los dientes, recordando el juramento que prestó al padre de Hannibal antes de su muerte, rememorando aquel día en Moscú en que el heredero fue a informarle de la muerte de su padre, y luego esa llamada telefónica, lacónica e imperiosa, instándole a volver al País Vasco, el lugar de aquel terrible accidente. Sergei siempre había sido un hombre de silencio y de honor, pero haber jurado al padre de Hannibal proteger y servir siempre a su hijo le está costando muy caro. Le consuela pensar que, al menos, su hija Nadia está ahora a salvo con los tíos.
Por tanto, Sergei acompaña a Hannibal hasta el lugar donde este acaba de experimentar un amargo fracaso. Sin mostrar signos de sorpresa, Sergei analiza con detenimiento el jardín artificial hasta que distingue el
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perfil de un semental negro oculto tras una pequeña arboleda. Sergei pide a Hannibal que recule hasta que toque con la espalda la pared de la escalera. Luego toma el cabestro y se dirige hacia el lugar de donde proceden los jadeos preocupados del animal, que se oculta tras la protección ilusoria de los árboles. Sergei camina lentamente, tomándose su tiempo. Inspira y espira profundamente para regularizar la respiración.
Descubre al semental negro entre dos hayas, con las cuatro pezuñas firmemente plantadas en el suelo, precavido y atento. Es la primera vez que Hannibal le permite ver al animal; hasta ahora, siempre había logrado controlarlo él solo. Se esforzó por ayudar a domar el potro, se encargó de que se habituara a su presencia, y el joven corcel solía dejarse conducir hasta el prado o el picadero para entrenar sus músculos guiado por las riendas. Pero hoy a Bucéfalo parece preocuparle el estado anímico de Hannibal y se niega a acercarse a él.
Sergei descubre gradualmente esta criatura magnífica, iluminada por la fría luz del sótano. El semental es el caballo más hermoso que ha visto en la vida, de
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proporciones perfectas, capa brillante y crin sedosa; sus ojos centellean en señal de inteligencia y determinación. Un corcel poderoso, orgulloso y valiente, digno de los grandes reyes guerreros del pasado, como los que se admiran en forma de estatua. El semental hace gala de una simetría perfecta, carente de defecto alguno, casi excesiva; hay algo extraño e irreal en este caballo. A Sergei le abruma un sentimiento de malestar, la sensación de que algo va mal, la impresión de que este caballo no debería estar aquí. El semental contrasta tanto con el entorno que casi parece un calco, un actor sobre un fondo verde. Pero el susurrador de caballos no tiene opción ni tiempo para pensar más en ello; su misión es obedecer a Hannibal y llevar el caballo ante él.
Sergei percibe instintivamente el deseo del semental de huir, o de luchar, si la huida resulta imposible, así que decide mostrarle que no es peligroso y que no le arrinconará. Sergei avanza despacio para que el semental pueda verlo sin abrumarse. A continuación, se detiene y le llama en voz baja. Bucéfalo, intrigado, comienza a trotar en semicírculo, con la cabeza gacha, manteniéndose a una distancia segura de
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Sergei. Apuntando con una oreja al susurrador, el caballo mide el grado de receptividad del hombre, colocado de perfil para no mirar de frente al corcel, pero sin llegar a darle la espalda. Sergei susurra y adapta su actitud a sus palabras, vocablos rusos de sonoridad grave y tonalidad ronca pero sosegada. El semental endereza las orejas y escucha atentamente.
—Bucéfalo, no voy a hacerte daño. Mírame, no voy a invadir tu territorio. Te respetaré como te pido que me respetes a mí. Puedes acercarte con toda tranquilidad.
Poco a poco, siente que el caballo comienza a relajarse; la curiosidad supera a la desconfianza. Bucéfalo da un paso hacia delante, seguido de otro, y otro más, hasta situarse junto a Sergei, que aguarda pacientemente. Luego resopla suavemente y reposa la frente sobre el hombro de Sergei, que le acaricia, dándole las gracias por su confianza. A continuación, toma despacio el cabestro con una mano y pasa la otra por el cuello de Bucéfalo, tranquilizándole y animándole antes de colocárselo en la cabeza.
Capítulo 4
Sergei se gira hacia Hannibal, sujetando a Bucéfalo por el ronzal. Espera que no quiera hacer daño al caballo. Sabe que la ira y la locura de este hombre pueden llevarle a cometer actos terribles contra los demás, sean personas o caballos, como ha quedado claro en el pasado. Una vez que están el uno junto al otro, Hannibal le ordena a Sergei:
—Sujétalo un poco más, no quiero que escape de nuevo, y sígueme.
Sergei asiente y camina detrás de Hannibal, que se dirige raudo y veloz… ¡hacia el muro! Sergei, perplejo, sigue a Hannibal sin entender nada. Cuando Hannibal alcanza el muro, presiona una de las piedras irregulares, La cual se hunde en la pared varios centímetros y acciona la apertura de un pasadizo secreto. Se trata de un ascensor en el que bien cabrían veinte personas. Hannibal se adentra en él, seguido de Sergei, que lleva a Bucéfalo de la rienda. Un dulce aroma de aceites esenciales impregna el ascensor en cuanto se cierran las puertas. Hannibal juguetea con el panel de control del ascensor, que parece más un montacargas de alta tecnología
Capítulo 4
que otra cosa. La fragancia parece calmar a Bucéfalo, que desdeña cada sonido extraño del ascensor, e incluso Sergei y Hannibal se relajan a medida que ascienden hacia la superficie.
Suena un breve pitido y se abren las puertas en el interior del aprisco, que resulta ser una especie de box enorme, descubre Sergei sorprendido. El suelo está recubierto de serrín beige inmaculado, las paredes de madera están enceradas y no hay ni una telaraña ni un insecto a la vista. Hannibal abre la puerta exterior del box, arrebata la rienda a Sergei sin pedirle permiso y arrastra el caballo tras él. Bucéfalo se da cuenta de que se encuentra ahora a merced de Hannibal y comienza a tirar del cabestro, pero Sergei le susurra unas palabras de consuelo que logran calmarlo y hacerle avanzar.
El último rayo de sol se desvanece poco a poco en el valle; la luz apenas alcanza ya a la cordillera oeste. Durante varios minutos, los tres esperan pacientemente en silencio, sin mirarse. Cuando cae el último hilo de luz, Hannibal tira de Bucéfalo hacia sí y camina con decisión por el prado, ahora en penumbra.
Capítulo 4
Sergei no entiende a Hannibal. ¿Por qué tiene un prado subterráneo artificial si el castillo cuenta con unos terrenos inmensos? ¿Por qué solo deja salir a Bucéfalo después de la puesta de sol? De pronto, se le enciende una bombilla. Antes, la luz del sótano le ha parecido tenue. Crea la sensación de estar en la naturaleza, ¡pero es una naturaleza sin sol! ¡Hannibal está haciendo todo lo posible por evitar que Bucéfalo se exponga a la luz solar! Al recordar la historia del primer encuentro entre Alejandro Magno y su caballo, Sergei une los puntos y un escalofrío le recorre la espalda. El semental se llama Bucéfalo, como el caballo mítico de Alejandro, y Hannibal actúa como si realmente se tratara del caballo legendario. Le preocupa que Bucéfalo se asuste de su propia sombra, de modo que impide que se plantee tal situación.
Sergei se pregunta cómo ha llegado Hannibal a este punto. Su antigua pasión juvenil por el conquistador se ha convertido en obsesión, en locura. Aturdido por el descubrimiento, Sergei ahora teme los planes del hombre que tiene ante sí. Su paranoia y su ambición voraz no conocen
Capítulo 4
límites. En cuanto Hannibal retira el cabestro a Bucéfalo, el corcel impaciente sale al galope, relinchando altivamente y coceando con furia contra las barreras electrificadas del prado, encabritándose como queriendo desafiar a quien le impida abandonar esta prisión. Hannibal se vuelve hacia Sergei con un gesto de preocupación y una sonrisa torcida en los labios.
—Ya ves. Tendrás que trabajar conmigo hasta que logremos resolver este pequeño… problema. Empezaremos mañana.
Así que Hannibal quiere controlar y dominar al semental, pero no es capaz de hacerlo solo. Al igual que Bucéfalo, Sergei quiere encabritarse y escapar de esta prisión, pero sabe que no lo hará. No puede permitirse el lujo de arriesgarse a que este hombre se desquite con Nadia o con sus demás familiares.
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Capítulo 5
Oficina del profesor Temudjin, Universidad de Ulán Bator (Mongolia)
Nadia se frota los ojos febrilmente. Durante el trayecto en avión de Vladivostok a Ulán Bator, no ha conseguido pegar ojo. Está obsesionada con la idea de encontrar a su padre, Sergei, el susurrador de caballos, presa de las garras de Hannibal, pero no puede contar con nadie más. ¿Cómo puede una joven niña rusa, sola y sin dinero, averiguar en qué remoto lugar ha escondido el escurridizo Hannibal a su padre y al semental, Zaldia?
—Toma un poco de té, Nadia. Y por favor, intenta comer algo —insiste Salonqa, tendiéndole una bandeja de rosquillas.
La muchacha ahoga un sollozo y echa a un lado la pila de papel en la que ha garabateado con torpeza los recuerdos de los terribles momentos en que permaneció presa en la sala de control del castillo de Hannibal, en el País Vasco.
—Había tantas pantallas, imágenes y sonidos. Tenía tanto miedo. No consigo recordar lo que vi y oí en esas pantallas. Lo siento…
Capítulo 5
El profesor Temudjin le sonríe amablemente y recoge las hojas de papel, que entrega al joven que está sentado con una tableta gráfica enfrente de él.
—Esta información nos es muy útil, Nadia. Nuestro colega Kushi continuará haciendo modelos de tus dibujos hasta que logremos crear una versión digital. Las grandes aptitudes de Kushi y de los demás miembros de la red nos harán avanzar. Te sugiero que descanses un poco.
—¡No puedo! —se lamenta Nadia, pasando las manos por su mata de pelo rojizo—. ¡Mi padre está en peligro! Cuando Hannibal acabe con él y con Zaldia, se deshará de ellos como si fueran un viejo par de calcetines.
—No podrás ayudarles si estás exhausta —replica Salonqa, con determinación—. Recuéstate en el sofá de la habitación de al lado. Si te quedas dormida, te despertaré pasados veinte minutos.
Nadia, derrotada, se levanta de su asiento para seguir a Salonqa, pero de pronto, la voz alborotada de una
Capítulo 5
chica irrumpe a través de los altavoces situados sobre los monitores informáticos.
—¡Atención! ¡Tengo una gran idea!
Todos se detienen para prestar atención a Leyla, en videoconferencia desde El Cairo (Egipto). En otra pantalla, el rostro de John de repente parece mucho más atento. El novio americano de Leyla está muy familiarizado con las «grandes ideas» de su media naranja; sus ocurrencias son realmente ingeniosas… ¡a veces!
—¡Podría darle un dulce beso!
Los demás miembros de la red, reunidos en torno a la mesa del profesor Temudjin, en persona o de forma virtual, la miran atónitos. Desde Massachusetts, Battushig pregunta:
—Leyla, ¿quieres besar a Nadia?
—¡Noooo! «Dulce beso» es el nombre del salón de belleza de mi tía. Cuando una cliente tiene mucho miedo a que la depilen, ¡le ofrecemos hipnotizarla! Así se relaja por completo y se deja llevar. ¡A menudo
Capítulo 5
nos habla de su vida o nos cuenta sus secretos más personales con todo detalle! Mi tía dice que se me da muy bien…
—¡Yo no quiero contarle mi vida a nadie! —protesta Nadia.
—Puedo guiar tu memoria fotográfica y auditiva, Nadia, y generar «fotogramas» selectivos para que tu subconsciente describa lo que viste en las pantallas. Tu cerebro registró un montón de información durante el tiempo que permaneciste en aquella sala de control y la almacenó en las profundidades de tu subconsciente. Yo podría hacerla aflorar. Profesor, usted podría dirigir las preguntas, y Kushi, tú podrías actualizar los modelos de los bocetos que has hecho para incluir los nuevos detalles, ¿verdad?
Kushi mira pensativo al profesor Temudjin, que asiente con la cabeza.
—Entonces, si Nadia decide confiar en mí y me permite hipnotizarla, ¡todo lo que necesitamos es un sofá!
Nadia parece vulnerable y perdida. Mira al profesor como si fuera un salvavidas, y
Capítulo 5
la confianza que este le inspira le hace bajar la guardia. Se encoge de hombros con resignación.
—Si se trata de la mejor opción para encontrar a mi padre, ¡supongo que vale la pena correr el riesgo de revelar mis secretos más vergonzosos!
Salonqa cubre con una manta a Nadia, que está tendida en el sofá. En el otro extremo del mundo, Leyla se concentra, con los ojos entrecerrados, respirando lentamente. Aunque en la vida diaria rebosa energía e ideas, también es capaz de concentrarse profundamente.
—Estoy lista —murmura Nadia.
Leyla comienza el proceso de hipnosis, hablando con voz lenta y grave.
—Respiras cada vez más profundamente. Con la mente, sigues el aire que recorre tu cuerpo y llena tus pulmones, tu caja torácica y la parte superior de tu pecho. Luego exhalas lentamente por la nariz, expulsando el aire desde el pecho hasta el bajo vientre. Te sientes cada vez más pesada; notas que la tensión de tu cuerpo va
Capítulo 5
desapareciendo, desde los pies hasta las manos. Percibes cómo se relaja tu cara y luego la parte posterior de la cabeza, el cuello y toda la columna vertebral. Todo tu cuerpo está ahora totalmente distendido…
Leyla verifica la respiración lenta y regular de Nadia antes de pasar a la fase de relajación mental.
—Nadia, ahora voy a pedirte que te centres en un recuerdo positivo, algo agradable. Un baño en un mar cálido, un paseo a caballo por la pradera, los aplausos del público tras una gran actuación en el circo…
Una sonrisa de felicidad se dibuja en el rostro de Nadia. Parece una niña pequeña, segura y radiante. Con voz infantil, murmura:
—¡Lo he hecho, papá! Ya soy mayor. He montado el tigre y hemos atravesado el aro de fuego. ¡Y no me ha dado miedo!
Leyla sonríe también, enternecida, pero pronto retoma el tono profesional para propiciar que Nadia deje atrás este recuerdo agradable y concentre sus pensamientos en la sala de control de Hannibal, en el País Vasco.
Capítulo 5
—Ahora estás en la sala de las pantallas. No tienes miedo, sabes que puedes salir de ella. Las pantallas se iluminan, una tras otra. Fíjate en las que se ve el bosque donde está el semental negro, los edificios, o tal vez un castillo…
Tras unos momentos, Nadia habla de nuevo, ahora con su voz normal.
—Veo unos pinos oscuros enormes, muchos pinos. Un valle profundo, rodeado de montañas. Al fondo hay un castillo cuadrado con cuatro torreones. Grandes jardines. Hay gente que habla, pero no entiendo lo que dicen.
Salonqa le pregunta a Leyla por el auricular:
—¿Puede repetir lo que decían? Tal vez podríamos averiguar de qué idioma se trata.
Leyla asiente en silencio y se lo pregunta a Nadia. La muchacha frunce el ceño y, con gran dificultad, emite algunos sonidos guturales.
Capítulo 5
—¡Eso tiene que ser alemán! —exclama Salonqa—. Pídele que describa mejor el castillo, si es posible.
Pieza a pieza, una imagen comienza a tomar forma en la pantalla de Kushi, bajo la mirada atenta de todos los miembros de la red. La voz de Nadia es cada vez más débil, el agotamiento hace mella en ella, de modo que Leyla pregunta al profesor Temudjin si tienen suficiente información para liberarla ya del trance hipnótico. De repente, John grita:
—¡Creo que conozco este lugar! Uno de mis tíos vivía en el sur de Alemania y, de niño, solía ir a esquiar y hacer senderismo por las montañas bávaras. Este bosque, este castillo escondido en el valle, ¡creo que los he visto antes!
Mientras John se sumerge en sus recuerdos conscientes, el profesor Temudjin indica a Leyla que «libere» a Nadia. Leyla la despierta dulcemente del trance y Nadia comienza a murmurar en voz baja para luego caer rápidamente en un profundo sueño, ronquidos incluidos.
Capítulo 5
—Estoy un poco cansada…
John abre un mapa de Europa en las pantallas y lo amplía para mostrar el castillo en Baviera, así como la ubicación de la casa, ahora deshabitada, de su difunto tío.
—Este será nuestro campamento base. Está a unos veinte minutos a pie del castillo. Nos reuniremos en el aeropuerto de Múnich. ¡Yo me encargo de los billetes de avión!
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Capítulo 6
Baviera, castillo de Hannibal
—¡Nooooo! ¡Owen, no!
Hannibal despierta de su pesadilla recurrente con un sobresalto, el corazón acelerado y el cuerpo empapado en sudor. Se incorpora en el sillón y hace palmas para subir al máximo la intensidad de las luces de su oficina, como si pudieran ahuyentar el fantasma de Owen que ha regresado de su infancia para atormentarlo.
—¿Cuándo vas a dejarme en paz? —grita, arrojando todo lo que tiene al alcance: documentos, un pisapapeles, libros, una jarra y un vaso de agua.
Pero los fantasmas del pasado existen para torturarnos, recordándonos sin piedad nuestras bajezas y culpas. Ni siquiera el arrepentimiento puede apaciguarlos. Nada puede impedir que regresen, porque la eternidad está de su parte…
—¡No puedes por más que quieras! —se burla el niño de pelo castaño con sus ojos extraños, uno de cada color.
Capítulo 6
Owen se gira hacia su hermano mayor, sonriendo, y le mira con sus grandes ojos azules en señal de reto.
—¡Pronto seré mejor que tú! ¡Lo ha dicho Sergei! ¡Te mostraré lo bueno que soy!
Se aparta un mechón de pelo rubio de un soplido y decide enfrentarse a sus miedos. Su hermano mayor le reta a menudo para que dé lo máximo de sí y sea cada vez mejor. En el picadero, los obstáculos son más altos y más numerosos; Owen teme fracasar, pero como siempre, se niega a quedar en evidencia ante su hermano mayor, así que toma las riendas de su poni Connemara y le espolea con los talones. El poni galopa, directo hacia las primeras barras.
—¡Quía! ¡Quía! —grita Owen para alentar al corcel.
Superan los primeros obstáculos sin problema. Al poni, entrenado por Sergei Tkachev, el instructor de equitación contratado por su padre, no le entusiasman excesivamente las «caricias» de los talones, pero tiene buen carácter. Siempre da lo mejor de
Capítulo 6
sí y es un gran saltador. Confía en el chaval por completo; le gusta llevarlo a lomos. Pero hoy el recorrido del picadero es algo distinto: hay más obstáculos de lo habitual, más anchos y más altos. El poni comienza a quedarse sin aliento y la curva es demasiado cerrada. Resbala al tratar de cambiar el paso, pero recobra el equilibrio.
En la diagonal hay una serie de tres obstáculos verticales, seguidos de un muro y un oxer cuadrado, demasiado cercano. El Connemara aterriza justo al otro lado del muro, se recompone y toma impulso para rebasar el obstáculo siguiente, pero sus patas delanteras tocan las primeras barras, que caen al suelo, desordenadas. Owen se aferra a las riendas y tira como un loco para tratar de hacer que el poni se enderece, pero solo consigue que caiga de cabeza y dé una vuelta de campana. El caballo se levanta de nuevo con dificultad, trata de deshacerse de las barras, enredadas como en un juego de mikado, y nota que el peso del jinete ya no está. Inquieto y confundido, da media vuelta. Le cuesta respirar. Trata de entender por qué el muchacho no se ha repuesto de la caída, pero el niño yace tumbado en el suelo, entre las barras y los soportes
Capítulo 6
derribados; su cabeza forma un ángulo antinatural con el resto del cuerpo, y sin embargo, tiene los ojos bien abiertos y una sonrisa en los labios.
—¡Nooooo! ¡Owen, no!
El niño de pelo castaño se agazapa junto a su hermano pequeño y lo sacude como si fuera una marioneta a la que le han cortado los hilos, sollozando incontrolablemente. El Connemara se acerca más, empuja el cuerpo de Owen con el hocico y relincha desesperadamente. Hannibal le propina varios puñetazos violentos en la cabeza, gritándole:
—¡Fuera de aquí! ¡Te odio! ¡Tú tienes la culpa, mala bestia!
Los recuerdos se vuelven borrosos, como cubiertos por un horrible velo pesado y oscuro. Los disparos de una escopeta de caza en los establos; El padre que pega a Hannibal hasta hacerle sangrar y nunca más vuelve a dirigirle la palabra; La madre que jamás logra reponerse de la pérdida. Owen era su hijo favorito. El otro, con un ojo de cada color, le hiela las venas. El internado masculino en el norte de Inglaterra, cual exilio
Capítulo 6
punitivo definitivo; el silencio, el rechazo, la soledad y las pesadillas…
Y luego aquel profesor de Historia en la universidad, que reprende a un estudiante por burlarse de los ojos desiguales de Hannibal, y explica los principios fisiológicos de la heterocromía, considerada durante largo tiempo una característica singular de los hechiceros, poseedores de una «segunda vista» que les permitía ver mucho más allá que los simples mortales; El profesor que habla de Alejandro Magno, de quien se decía que tenía un ojo de cada color, y explica que uno de los grandes conquistadores del mundo fue capaz de superar el temor supersticioso de los demás, su propio temor, de sobreponerse a esta anomalía física, y que el hecho de diferenciarse de los demás le sirvió para ganarse el respeto de todos; el profesor que reaviva una luz en la oscuridad en la que está sepultado Hannibal.
Fue entonces cuando Hannibal comenzó a identificarse con el gran estratega y conquistador, y a alimentar su obsesión. Empezó a investigar la historia de Alejandro Magno, tratando de recabar la mayor cantidad de información posible con el fin
Capítulo 6
de llegar a entender al hombre. Cuanto más sabía, más quería saber. La fascinación de Hannibal no conoce límites. Al terminar sus estudios en lenguas antiguas e historia de las civilizaciones, y su especialización en historia griega, período clásico y helenístico (antes y después de las conquistas de Alejandro), creó la fundación Hannibal Human History y comenzó a rebuscar por todos los rincones del mundo cualquier cosa relacionada con el gran conquistador.
Hannibal respira profundamente, afloja los puños, cuyos nudillos están blancos de la tensión, y con el dedo índice se recoloca la lentilla azul que oculta el iris de su ojo marrón. Se dirige a la sala de jacuzzi para tratar de alejar las escenas grabadas en su mente, esas imágenes que le persiguen desde hace tantos años, siempre invariables. Las escenas le han convertido en insomne, y ahora ya solo descansa durante períodos breves a lo largo del día. Le resulta imposible abandonarse a los brazos supuestamente reconfortantes del sueño. No puede permitirse ninguna vulnerabilidad, ningún error. Jamás.
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Capítulo 7
Sin necesidad de ser guiado por las riendas, Zaldia, el semental andaluz, encadena círculos a los tres aires con gracia en torno a Sergei, el susurrador de caballos, el hombre que le rescató de la granja en la que le maltrataban tan horriblemente. Sergei lo recogió, le curó las heridas y aplacó su mal carácter. Luego le entrenó con respeto y confianza. Su larga crin se balancea al ritmo de su paso; sus músculos, al flexionarse, muestran el brillo de su capa cual plata bañada por la luz del alba; Sus orejas están erguidas, alerta a las inflexiones de la voz del hombre, que ahora le solicita que reduzca la velocidad y se acerque a él. Zaldia obedece inmediatamente, sitúa el hocico sobre la mano abierta de Sergei y resopla, contento de recibir alabanzas y caricias.
A continuación, el hombre pronuncia varias palabras que Zaldia no puede traducir, pero que le dan a entender que Sergei va a probar algo nuevo y que él debe confiar como siempre en su compañero humano.
—Ya puede acercarse —dice Sergei, a viva voz.
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Zaldia alza la cabeza. Oye algo que roza la hierba mojada por el rocío y detecta el olor de otro hombre, al que reconoce no sin resentimiento. Echa las orejas hacia atrás, acelera la respiración y tensa los músculos. Si fuera un tigre, gruñiría entre dientes para mostrar su desagrado; rugiría en señal de amenaza. Pero Sergei sigue susurrándole. Insiste hasta que el semental termina por ceder y permite que el hombre de olor agrio tintado de miedo penetre su territorio, le pase la mano por el cuello y lo acaricie. Hannibal no establece contacto visual, porque tiene los ojos cubiertos por una venda negra. Sergei le acaricia la frente para que se relaje, se quede quieto y baje la guardia. Zaldia se resiste, pero deja que el hombre le dé unas palmaditas, pase la mano por su espalda hasta la grupa y luego se sitúe a su costado. Sergei felicita a ambos, se coloca junto a Hannibal y le ayuda a subir a lomos de Zaldia, que decide no moverse por respeto a Sergei y poco a poco se va acostumbrando al peso sobre su espalda, al roce de las piernas contra sus flancos y a las caricias en el cuello, sin oponer resistencia. Cuando Sergei se separa, Zaldia recula lentamente varios pasos y luego se detiene para lanzarle una mirada interrogante: ¿debo permitir que me guíe el hombre que llevo a lomos?
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—Adelante —dice Sergei con voz calma.
Zaldia detecta una ligera presión contra sus flancos y movimiento en su espalda, instándole a que camine, así que avanza un poco y trata de recobrar la seguridad que le ofrece la presencia de Sergei. Sin embargo, este se sitúa de lado, como desinteresándose por el caballo. Zaldia se detiene, perplejo, en espera de un signo, de cualquier indicación que le haga saber lo que se espera de él. Nota entonces las señales de Hannibal que le indican que avance, la inclinación del peso de su cuerpo le marca la dirección y, como Sergei no se opone, Zaldia decide responder a las señales. Camina con todos los sentidos alerta, da media vuelta y marcha en círculo, con regularidad, atento pero ya menos tenso. Cada vez que responde correctamente a una indicación, recibe una caricia. Ahora trota despacio, de nuevo en círculo. Va alargando ligeramente el trote, con regularidad, en armonía con el balanceo del cuerpo de Hannibal, que se mueve con flexibilidad sobre su lomo. Comprueba que Sergei le mira con aprobación desde el otro lado del círculo y vuelve a dedicar su atención a
Capítulo 7
Hannibal, quien ahora le indica que cambie de paso. Con una marcha suave, comienza a galopar. Siente la tensión del hombre sobre su espalda y se pone algo ansioso. Acelera, pero la tensión desaparece pronto y el hombre desplaza de nuevo su peso hacia atrás; trata de acompañar el movimiento del caballo más que instigarlo. Zaldia se estabiliza a un medio galope constante. Escucha y responde a las indicaciones, frena, cambia de mano, acelera el paso, gira una y otra vez y por último reduce la velocidad y se detiene cuando su jinete se lo solicita.
—Bien. Empieza a confiar en usted. No se ponga tieso o le intimidará. La mayoría de las veces, el culpable de un accidente no es el caballo, sino el jinete, que se crispa y comete un error con su compañero de camino.
Poco después, Sergei sitúa dos soportes en el centro del picadero y una barra sobre ellos.
Zaldia entiende que van a tener que franquear este obstáculo juntos y, a la señal del jinete, comienza a tomar velocidad en dirección a la barra central. Hannibal se halla sobre su lomo, con las manos en su
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cruz y las piernas contra sus flancos, como si tuviera miedo de caerse, pero el salto sale bien. Después, Sergei le indica que pasen al trote y luego al galope. Vuelven al paso. Sergei sube la barra unos 40 centímetros, convirtiéndola en un salto de verdad; un reto fácil para el poderoso semental.
La respiración ronca de Hannibal llega a oídos del caballo, que se tensa y resopla.
—Vamos, puede hacerlo. Déjese llevar, confíe en el caballo plenamente, unifíquese con él como si fuera un centauro… Solo tiene que dejarse llevar, murmura el susurrador junto al semental. Es la prueba definitiva.
Zaldia sabe que el obstáculo no es para él, sino para el jinete que lleva a sus espaldas. Emprende otra vuelta a la pista y comienza a trotar y luego a galopar para después colocarse en la directriz del obstáculo. Al acercarse a la barra, el paso estable del semental le permite tomar el impulso perfecto, pero cuando los cascos despegan del suelo, Zaldia nota el pánico del jinete, que le agarra violentamente de la crin y se cuelga sobre su cuello para evitar
Capítulo 7
caerse, apretando los pies contra su vientre con todas sus fuerzas. Tras el salto, Hannibal apenas puede soltar la melena y relajar las piernas. No obstante, Sergei le anima.
—Vamos. Confíe en él. No le defraudará. Zaldia puede hacerlo, y usted también. Si no consigue moverse junto con él sin transmitirle miedo, nunca resultará.
Poco a poco, Zaldia nota que su jinete se va relajando. Pasan los minutos y, cuando por fin la presión de las pantorrillas le indica que el jinete está listo para intentar el reto de nuevo, Zaldia arranca al galope y se dirige hacia el obstáculo, pero ahora siente que las cosas son distintas. El jinete acompaña sus movimientos sin problemas, mirando la barra a lo lejos. Aunque Zaldia puede sentir la presión del jinete, sus piernas no le estrujan el cuerpo. Hannibal ha retirado las manos de la crin. Cuando el caballo toma impulso para saltar, el jinete se mueve al unísono, extendiendo los brazos cual águila que surca el cielo. Acompaña sus gestos y vuela sobre la barra, conteniendo la respiración. Tras lo que parecen minutos en lugar de segundos, los cascos de Zaldia aterrizan
Capítulo 7
nuevamente sobre el suelo, sin problemas. Esta vez, el jinete no se desploma hacia atrás, sino que sigue el movimiento del corcel.
Zaldia reduce la velocidad gradualmente y se detiene unos pocos metros después. Y entonces Hannibal se inclina hacia delante y abraza el cuello del caballo como muestra de agradecimiento. Zaldia siente su calor; el humano ya no huele a miedo. Se relaja y espera paciente la siguiente indicación.
Llegados a este punto, Sergei rompe en aplausos, arrebatando a caballo y jinete de un momento que parecía suspendido en el tiempo. El jinete desmonta, se retira la venda de los ojos y comienza a reír a carcajadas en señal de victoria.
—¡Lo he logrado! ¡Gracias a ti, Sergei!
—Ya está preparado. No me necesita más. Zaldia y yo nos marcharnos pues, tal como nos prometió.
—Hay un avión listo para llevar a Zaldia de vuelta a Rusia inmediatamente. Pero tú, Sergei, tendrás que quedarte un poco más. ¡Quiero que estés presente cuando monte a Bucéfalo!
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Capítulo 8
Baviera, antigua casa del tío de John
En el aeropuerto de Múnich, los seis jóvenes reconocen de inmediato las caras que habían visto en las videoconferencias. Se miran entre sí, sorprendidos por las diferencias físicas entre la imagen de las pantallas, la que habían imaginado y la que observan ahora en realidad. Descubren que los demás son más altos o más bajos, más asertivos o más tímidos de lo esperado, que su perfume revela un rasgo de personalidad impropio o que alguien lleva un accesorio o una prenda de vestir inusual, pero se ahorran los comentarios porque, a pesar de los vuelos de larga duración y el jet lag, todos comparten un mismo objetivo: impedir que Hannibal logre ser omnipotente.
El minibús que los ha recogido en el aeropuerto les deja a 500 metros de la entrada a la antigua casa del tío ya fallecido de John. Deben recorrer el resto del camino a pie, cargados con todo el equipaje, por un sendero invadido de vegetación. Tras dejar atrás un arroyo de aguas cristalinas, descubren un edificio de aspecto sólido construido a base de
Capítulo 8
piedras en distintos tonos de beige, rosa y ocre, en lo que antaño debió ser un claro del bosque. El tejado de pizarra aguanta valerosamente la presión de las ramas de los árboles cercanos, que se han ido abriendo camino. El musgo crece entre las losas octogonales del patio, talladas en la misma piedra que la casa. Se mire donde se mire, puede verse que la naturaleza ha tratado de recuperar su lugar, pero los muros de la casa han resistido.
—Este será nuestro campamento base —dice John, a la vez que abre la pesada puerta de entrada.
El ambiente huele a cerrado. Los recién llegados abren ventanas y postigos para ventilar las habitaciones. Los muebles están cubiertos con sábanas blancas; da la impresión de que se ha detenido el tiempo. Una de las salas está llena de equipos de esquí y senderismo para todas las edades. John sonríe al reencontrarse con sus esquíes de infancia. Battushig instala, enchufa y conecta los equipos informáticos sobre la gran mesa de madera del comedor, suficientemente grande como para acomodar a una veintena de personas. Todos los jóvenes se reúnen en torno a esta mesa.
Capítulo 8
—Bien —dice Battushig—. Ahora tan solo debemos encontrar la manera de acceder al castillo y recuperar la estrella, así como averiguar exactamente cuál es el plan de Hannibal para poder detenerlo.
—A mí me gustaría ver ese bello semental negro —interviene Pablo.
—Está bien —responde Salonqa—, pero antes que nada hay que encontrar la manera de entrar.
—Hannibal nunca dejaría este lugar sin vigilancia o seguridad. Hay cámaras por todas partes; de lo contrario, yo nunca lo habría descubierto. Por no hablar de todas las trampas y los códigos que protegen las puertas… —prosigue Nadia.
—¿Pero cómo vamos a hacerlo? Es una auténtica fortaleza —dice Leyla, ansiosa.
—Intentaré infiltrarme y controlar el sistema informático del castillo —comenta Battushig—. Una vez desactivadas las medidas de seguridad que protegen la estrella, entraremos en el castillo y nos
Capítulo 8
la llevaremos. Creo que podré daros un margen de algunos minutos si pirateo el sistema, pero luego imagino que el circuito de alarma de Hannibal reaccionará. No sé de cuánto tiempo dispondremos.
—Me basta con el suficiente para introducirme en la sala de mandos y tomar el control —responde John—. Me ocuparé de las cámaras de vigilancia y guiaré a los demás hasta la salida.
—¡Vaya locura! —grita Leyla, airada—. No es suficiente con pensar en los sistemas informáticos. ¿Qué pasa con los guardias armados de los alrededores del castillo? Si las cámaras no nos muestran dónde están a la hora de escabullirnos, ¡acabaremos hechos picadillo!
—¿Y si instalamos nuestras propias cámaras? —plantea Pablo—. Me he traído mis pequeños drones conmigo. Pensé que podríamos necesitarlos… ¡y al parecer estaba en lo cierto! —añade con una sonrisa.
Entonces, resumiendo —dice Leyla, impaciente—, Pablo lanza sus drones, Battushig piratea el sistema de defensa, nos colamos en el
Capítulo 8
castillo esquivando a los guardias, John se inmiscuye en la sala de mandos y los demás nos dirigimos a la habitación en la que se encuentra la estrella. Después, Battushig nos ayuda a desactivar el sistema de protección de la estrella, nos hacemos con ella y John nos guía para que salgamos del castillo. ¿Alguien ha pensado en cómo neutralizar a Hannibal?
—¿Y qué pasa con mi padre? —apunta Nadia—. ¡No podemos dejarlo en las garras de Hannibal!
Pablo aprieta los puños; la crueldad de Hannibal no conoce límites. Está más decidido que nunca a destruir a ese monstruo. Mientras tanto, Nadia trata de contener las lágrimas al pensar en su padre. Intenta no perder la esperanza, pero teme llegar demasiado tarde y encontrarse con algo terrible.
—Yo quiero ir —dice ella, fríamente—. Quiero tomar parte, liberar a mi padre y mirar a Hannibal frente a frente cuando lo derrotemos por fin. Con lo que aprendí en el circo, creo que podré escalar una de las torres y entrar por una ventana. Encontraré a mi padre. Seguro que tiene información útil.
Capítulo 8
—Yo iré contigo —añade John—. Conozco bien el bosque, puedo abrirme camino entre los árboles. Creo que no tardaremos más de veinte minutos.
—Yo también voy —afirma Leyla con firmeza.
—Está bien —responde Salonqa—. Mientras Battushig se infiltra en los sistemas de seguridad, yo me quedaré aquí para hacer de guía.
—Y yo, tan pronto como lleguen los drones, me uniré a vosotros para buscar a este semental negro —añade Pablo.
De pronto se oye una voz en el equipo informático:
—¿Y qué pasa con nosotros? ¿Qué podemos hacer para colaborar?
Los miembros de la red, impacientes, dejan claro que quieren aportar también su granito de arena en la incursión.
—Tengo un código informático que, si lo introducís en los ordenadores, abrirá un cuadro
Capítulo 8
de diálogo en la intranet del castillo. Si todos enviáis mensajes a la bandeja de entrada, colapsaremos el sistema —responde Battushig.
—¡Y si descubrís algo, yo seré vuestro punto de contacto! —añade Salonqa.
Entonces, John saca de su enorme maleta un equipo digno de un grupo de intervención de la CIA: cámaras en miniatura con anclaje para casco, minipantallas, auriculares con micro, linternas, ganzúas, garfios y cortavidrios con punta de diamante. Al ver las caras de sorpresa de los demás, explica con una sonrisa:
—De pequeño, era un apasionado de las películas de espionaje. ¡Estos accesorios nos pueden venir muy bien!
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Capítulo 9
—Los drones despegan —anuncia Pablo.
Sus dedos bailotean sobre unos complicados botones, propios de la cabina de un avión. Salonqa y Battushig aguardan, con una mezcla de impaciencia y ansiedad, mientras contemplan las pantallas de control de los drones y el monitor de Battushig, lleno de códigos informáticos. A través de las cámaras de los drones, ven desfilar a gran velocidad el paisaje, copas de pinos negros, valles frondosos y vastas extensiones de vegetación entre colinas.
—¿Dónde estás? —pregunta Salonqa a John.
—Ya casi hemos llegado. Veo el claro del bosque a unos 50 metros. Esperaremos tu señal al cobijo de los árboles.
Al final, los drones rodean una montaña y captan el castillo de Schattental, inspirado en los más célebres cuentos de hadas, Pero parece más el castillo de Barba Azul que el de un príncipe heredero… Desde la linde del bosque, Leyla, John y Nadia supervisan el avance de los drones en una de las minipantallas. Asombrada, Leyla exclama:
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—¡Vaya, qué bonito es! Se ve mucho mejor desde lo alto.
Dicho esto, las miradas agudas de sus compañeros la hacen callar al instante. Ha perturbado su intensa concentración.
—Ya casi hemos llegado. Voy a reconocer el terreno —informa Pablo.
—¡Reconozco esas fuentes! —comunica Nadia—. Y ese es el edificio oscuro de al lado, ¡y las puertas! La habitación que contiene la estrella está en el sótano, no sé dónde exactamente.
—¡Echemos un vistazo más de cerca! —propone Pablo.
Acto seguido, empuja las palancas de mando hacia adelante y sumerge a los espectadores en un vuelo en picado a toda velocidad, en dirección al suelo.
—Creo que voy a vomitar…— se queja Salonqa.
—Ya casi hemos llegado, Salonqa— responde Battushig amablemente, mientras
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repiquetea con furia en el teclado—. ¡Unos pocos metros más, y listo! Amigos de la red, acabo de enviaros el código. ¡Preparad los teclados!
Mientras tanto Hannibal, acomodado una vez más en su oficina, consulta los planes desperdigados sobre la mesa de madera maciza. La estrella de cinco puntas, dividida en cinco piezas triangulares de base irregular, está dibujada sobre un inmenso esquema abarrotado de flechas, ecuaciones, leyendas y anotaciones varias. Hannibal toma un segundo esquema, que muestra otra estrella de exactamente las mismas dimensiones, esta vez de una sola pieza, como si se hubiera resuelto un rompecabezas. Las anotaciones son distintas e indican el procedimiento de montaje.
Entonces se oye un pitido estridente; han saltado las alarmas. Hannibal, sobresaltado, sale corriendo de la habitación. Sus esbirros, repartidos entre los interiores y las afueras del castillo, se apresuran hacia la escalera central para reunirse con el jefe y recibir órdenes. Hannibal llega a la planta baja con el corazón en vilo y grita:
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—Christian, encierra a Sergei en su cuarto. Sobre todo, ¡que no aproveche este momento para escapar!
Consciente de que no puede arriesgarse a que el intruso o intrusos se reúnan con Sergei y descubran lo que se cuece en el sótano, Hannibal se dirige a la sala de control, donde uno de sus secuaces le informa:
—La intranet ha sufrido un ataque, señor, y varios drones voladores han penetrado el perímetro de seguridad.
—¡Destrúyelos, imbécil! —replica Hannibal, gritando para superar el sonido de la sirena, con los ojos irritados y la boca desencajada de cólera.
El técnico ante él comienza a teclear en el panel de control a velocidad vertiginosa. La sirena calla.
—¡Allí! —grita el técnico, señalando con el dedo uno de los monitores.
Hannibal mira fijamente la pantalla, que muestra las imágenes que capta una de
Capítulo 9
las cámaras exteriores, y ve cómo los drones van cayendo como moscas, uno tras otro. En sus labios se dibuja una sonrisa de satisfacción, pero no hay que perder más tiempo. Los asaltantes podrían atacar en cualquier momento y solo dispone de unos minutos para prepararse por si sucede una intrusión.
—¡Quedaos aquí y bloquead todos los accesos! Id a buscar a los trabajadores del laboratorio y encerraos todos en la sala de control.
Hannibal corre hacia el final del pasillo, abre la entrada con el picaporte en forma de timón y entra a toda prisa en la sala de la estrella.
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Capítulo 10
Cuando los drones ya casi han llegado a los torreones del castillo, se escucha un chisporroteo. Una de las transmisiones de las cámaras se vuelve borrosa y luego se funde a negro. Pablo, confundido, desincroniza los drones y utiliza uno para investigar la zona en la que estaba aquel con el que acaba de perder el contacto.
Ante la mirada horrorizada del grupo, el primer dron arde en llamas y comienza a precipitarse contra uno de los muros del edificio, dejando un rastro de humo a su paso. Poco después se aprecia un segundo chisporroteo; luego un tercero, y un cuarto. Uno por uno, se van apagando los monitores de todos los drones. Los cinco se carbonizan cual mosquitos bajo el efecto de una lámpara antiinsectos.
Los integrantes del grupo, alucinados, no osan decir palabra, abrumados por la decepción, seguida del miedo. El fracaso de su único plan parece haber hecho trizas las esperanzas de que triunfe la misión. Pablo, presa de un arrebato, se levanta y estrella el mando de uno de los drones contra el suelo, al tiempo que deja escapar un grito de furia.
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Leyla, Nadia y John, sentados junto al claro en el que se encuentra el castillo de Schattental, están igualmente desolados por lo que acaba de suceder. Si el sistema de defensa de Hannibal ha logrado reaccionar con tanta rapidez, significa que debe estar al tanto de su tentativa de intrusión y preparándose para contraatacar —o para huir—, y entonces se habrá desvanecido toda posibilidad de detenerle.
Nadia toma el pequeño cortavidrios que le ha dado John y se aleja a toda prisa del bosque, al tiempo que indica a sus amigos, demasiado sorprendidos para reaccionar, a gritos:
—¡Voy a escalar la torre! ¡Tengo que encontrar a mi padre antes de que sea demasiado tarde! ¡Nos vemos luego!
Corre hacia el castillo, decidida a pasar por la azotea del edificio oscuro a la parte trasera del castillo. Cuando llega al nivel del muro, no puede evitar lanzar una mirada triste a la linde del bosque, donde esperan sus dos amigos sin poder hacer nada, presas del miedo y la indecisión.
Capítulo 10
Saca el garfio de John, enrolla la cuerda y la sujeta con la mano izquierda. A continuación, lanza el pulpo de metal hacia el cielo, con la esperanza de que aterrice en la azotea de este pequeño edificio. Se escucha un sonido metálico, seguido de un chirrido prolongado. Nadia aprieta los dientes. Ojalá el garfio encuentre dónde agarrarse. De repente, el chirrido da paso a un ruido sordo. Nadia tira de la cuerda para comprobar si está bien sujeta. Tras unos instantes de duda, decide intentarlo. Agarra firmemente la cuerda con ambas manos y comienza a balancearse suavemente de izquierda a derecha para ayudarse a comenzar la escalada. Coloca un pie en la pared, luego el otro, y emprende el ascenso hacia la azotea. Sus pies repiquetean la madera a toda velocidad. Nadia se pregunta para qué servirá este edificio, cuya construcción parece bastante reciente. Siendo el castillo tan grande, ¿para qué haría falta construir un anexo enorme, y encima, de madera?
Al llegar a la azotea, descubre que hay unas pequeñas ventanas opacas a lo largo de las paredes, como si no quisieran que se filtrara más que una ínfima cantidad
Capítulo 10
de luz. Nadia, con una mano aún bien sujeta, saca el cortavidrios con punta de diamante de su bolsillo y dibuja un círculo sobre el cristal. Retira el cortavidrios y empuja suavemente el círculo marcado, que cae al interior del edificio sin hacer ruido.
—¿Estáis viendo lo mismo que yo? —pregunta Nadia a través del micrófono del auricular.
—¡Sí, es un picadero! El caballo debe de andar por aquí cerca. Parece que ha estado aquí hace poco: hay marcas de cascos en la arena y un obstáculo de salto en el centro —responde Pablo—. Muy bien, ¡sigue escalando, Nadia!
La joven se alza sobre el tejado, recoge el garfio y mira hacia lo alto.
—Dios, qué arriba que estoy —piensa en voz alta, algo nerviosa.
—Puedes hacerlo —le contesta la voz de Salonqa por el auricular, tratando de tranquilizarla—. ¡Acuérdate del circo!
Capítulo 10
Recobrada la determinación, Nadia lanza el garfio hacia el adarve situado en el saliente de la muralla, tras las almenas. El garfio se fija a la perfección entre dos merlones y Nadia, una vez comprobada la fijación, prosigue el ascenso. Alcanza el adarve; ya solo le resta llegar a una de las torres. Elige la de la izquierda y, deslizando sus piececillos por las troneras, trepa por la pared circular como una araña.
Cuando ya casi ha llegado a la cima, sin vislumbrar más que escaleras y oscuras habitaciones abandonadas a través de las aspilleras, comienza a perder las esperanzas de encontrar a su padre en esa torre. A través de una ventana entreabierta —probablemente por error o porque alguien estaba en apuros—, descubre una gran habitación equipada únicamente con un escritorio, un cómodo sillón de piel, una lámpara de pie y una amplia estantería llena de libros.
—Debe de ser el despacho de Hannibal. Entra. ¡Seguro que contiene algo interesante— le insta Salonqa, deseosa de entender por fin qué está pasando en ese castillo.
Capítulo 10
Nadia titubea unos instantes. Quería encontrar primero a su padre. Esa era su prioridad y la razón por la que fue de avanzadilla, sin que la acompañaran los demás.
—Mira, ¡hay una cosa que brilla en la mesa! —exclama John.
La curiosidad y la solidaridad se anteponen, de modo que Nadia entra en la habitación. Tras poner pies en tierra firme, echa un vistazo a la habitación y observa que en la esquina hay una escalera en ruinas, condenada, que probablemente no conduzca a ninguna parte. Su padre no está en esa torre. Cuando Nadia se acerca al escritorio de Hannibal, todos los jóvenes pueden ver al mismo tiempo la tabilla de cobre misteriosa, grabada con letras griegas, que reposa sobre él.
—Nadia, sostenla ante ti para que pueda traducir lo que pone —le indica Salonqa, entornando los ojos para ver mejor la pantalla. A continuación, comienza a leer la profecía de la Sibila en voz alta al resto del grupo.
Capítulo 10
«Mientras guarde esta estrella, nadie podrá derrotarlo. Mientras sea humilde y honesto de obra, mientras observe mesura y sapiencia, será invencible. Pero si fracasa, será consumido por la ira de Zeus».
—¿Crees que habla de la estrella a la que corresponden los cinco fragmentos que ha reunido Hannibal?
—Probablemente —responde Battushig—. La fundación Hannibal Human History ha dedicado años a recoger cientos de objetos relacionados con Alejandro Magno, pero dudo de que Hannibal se haya tomado en serio la advertencia de la Sibila. ¡Se merece ser fulminado por Zeus!
—Bueno, ¿puedo marcharme ya? —pregunta Nadia.
—Sí, ¡prueba con la otra torre! —responde Salonqa.
Nadia abandona la oficina, escabulléndose por la ventana. Toma la cuerda que lleva el garfio en un extremo y se descuelga torre abajo. Seguidamente, recorre el adarve hasta llegar a la segunda torre del muro del fondo y se dispone a escalarla lo más rápido que puede…
- 11 -
Capítulo 11
Una voz decidida surge del bosque situado junto al castillo de Schattental.
—John, no podemos quedarnos aquí sentados sin hacer nada. Si no podemos entrar por la puerta principal del castillo ni escalar las torres como Nadia, tendremos que encontrar otra manera. ¡Sígueme!
Sin darle tiempo a que proteste, Leyla se adentra en el bosque, tras los pasos de Nadia.
John retiene a Leyla al abrigo de los árboles y luego, ambos se acercan con cautela al picadero. Ven una puerta corredera y la abren. Acceden furtivamente a las gradas que miran a la pista del picadero, desierta, y permanecen en ellas un momento, abrumados por la oscuridad y el silencio del gran edificio. Leyla tira de la manga de John y le indica que mire al lado opuesto a las gradas. Sobre una de las paredes de madera hay una placa metálica de grandes dimensiones. Sin pensarlo, la pareja desciende de las gradas a la arena inmaculada y se dirige hacia esta placa en busca de una maneta o mecanismo que permitan moverla. La empujan y tratan de
Capítulo 11
hacerla a un lado, en vano. La pesada placa parece estar sellada al muro de madera. Entonces en el auricular resuena la voz de Salonqa.
—John, a la altura de tu hombro derecho, creo que el color de la madera es algo más claro. Mira a ver si hay un botón o algo debajo.
En efecto, al pasar la mano por la zona de madera más clara, John nota que la pared se hunde y se desliza hacia un lado, dejando al descubierto una carcasa metálica que parece un portero automático digital. Tiene diez teclas numéricas y una de validación.
—Hmmm… ¿Alguien puede decirme la combinación para abrirla? —pregunta Leyla.
—Esta puerta no forma parte de la red central —responde Battushig, disculpándose—. Está fuera de mi alcance. Prueba con combinaciones sencillas de cuatro dígitos. Las más normales son: 1234, 0000, 1111, 5555, 2222, etc.
—Nada —dice John, tras varios intentos infructuosos.
Capítulo 11
—Está bien. Probemos con algunos patrones basados en el teclado: 2580, 0852, columna derecha, columna izquierda…
—No hay suerte.
—Prueba a teclear mi PIN: 5683 —sugiere Leyla—. Es «LOVE» si envías un SMS con el modo de diccionario activado.
Ante estos fracasos iniciales, Battushig frunce el ceño.
—No sabemos a ciencia cierta siquiera si es un código de cuatro dígitos o no…
—¿Por qué no lo intentas con la fecha de nacimiento de Hannibal? —interrumpe Salonqa—.
Siendo tan narcisista, hay una alta probabilidad de que el código tenga que ver con él.
Pero la combinación tampoco resulta. Entonces el profesor Temudjin aporta una sugerencia:
Capítulo 11
—Salonqa, has hecho bien en señalar la faceta obsesiva de Hannibal. Prueba este código: 2107356.
John y Leyla, asombrados, oyen una serie de clics. Acto seguido, la pesada placa de metal se desliza hacia un lado, dejando al descubierto una especie de montacargas moderno.
—¡Fantástico, profesor! —grita Salonqa—. ¿Cómo lo ha averiguado?
—Es la fecha de nacimiento de Alejandro Magno: 21 de julio del 356 a. C. Leyla, John, ante todo tened prudencia.
En cuanto se cierra la puerta del montacargas, John y Leyla perciben el aroma relajante de los aceites esenciales al tiempo que descienden lentamente hacia el sótano.
—Espero no aterrizar en una fosa llena de serpientes —murmura Leyla.
Pero cuando el sonido sordo de la puerta del montacargas al abrirse les anuncia que ya han llegado, no son serpientes lo que les da la
Capítulo 11
bienvenida, sino trinos de pájaros en una naturaleza ideal. En este jardín inesperado reina una luz tenue, que perfila el contorno de una vegetación frondosa. Aún desconfiando, dan varios pasos sobre el suelo musgoso, prestando atención a cualquier posible indicio de una presencia humana amenazante.
—¡Vaya, qué guapo eres! —exclama Leyla de repente.
—Hmm… ¿te parece el momento adecuado? —murmura John, avergonzado.
—¡No estaba hablando contigo! Míralo. ¡Es precioso!
A pocos metros de distancia, un bello caballo negro les contempla con más curiosidad que desconfianza. Parece cansado, y profiere un relincho de tristeza desgarradora. Leyla rebusca en sus bolsillos y encuentra un sobrecito de azúcar que se guardó en el avión. Lo abre, vierte el contenido sobre la palma de su mano y la tiende hacia el semental, mientras dice bajito:
—John, no te muevas ni un pelo. Y tú, guapísimo, ven a por este pequeño regalo de mamá Leyla, toma…
Capítulo 11
El aroma de estos humanos le resulta tranquilizador, al igual que su porte, y la voz suave y cantarina de la muchacha favorece que el caballo se acerque. Apenas duda un instante antes de mordisquear los cristalitos de azúcar sobre la mano de Leyla y lamerle la palma, donde el sabor del azúcar se entremezcla con la sal de la piel… Leyla levanta la otra mano y le acaricia suavemente la frente, la mejilla y luego el cuello, sin dejar de hablarle mientras.
—¿Qué estás haciendo tú aquí solito, pobrecito mío? ¿Por qué estás escondido en este jardín artificial en vez de galopar a tu libre albedrío bajo el sol al igual que Amira, mi princesa egipcia? Haríais buena pareja, ¿sabes?
Instantes después, resuenan en todo el castillo unos golpes insistentes en una de las ventanas de la torre.
—¡Papá! ¡Déjame entrar!
La cara incrédula de Sergei aparece tras el cristal. Transcurren varios segundos antes de que este se sobreponga a la
Capítulo 11
estupefacción lo bastante como para correr a la ventana y recibir con un cálido abrazo a la acróbata, suspendida en el vacío.
—¡Nadia! ¿Estás loca? ¿Qué haces aquí? ¡Pensaba que estabas a salvo en Rusia!
—¿Pensaste que te dejaría solo a merced de este monstruo? Vamos, salgamos de aquí y marchémonos lo antes posible —añade, separándose de los brazos de su padre y regresando a la ventana abierta.
—Espera, Nadia. Antes hay algunas cosas que debes saber…
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Capítulo 12
Es como si un dique hubiera reventado de pronto en el interior de este hombre, siempre tan callado y reservado; las palabras le salen ahora a borbotones. Sergei le cuenta todo acerca de su primer encuentro con la familia de Hannibal en el País Vasco; el trágico accidente en que perdió la vida el tan prometedor hermano pequeño de Hannibal, que destruyó la estabilidad del hogar; el juramento que hizo al padre de John Fitzgerald Hannibal antes de que muriera; la petición inesperada de este, muchos años después, de que le enseñara a montar, o más bien a controlar a los caballos; el descubrimiento de la locura progresiva que se había ido apoderando de él hasta el punto de que ahora se identificaba con Alejandro Magno y llamaba Bucéfalo al semental negro retenido en el sótano, a semejanza del legendario corcel del gran conquistador; la idea de no permitir que el caballo saliera al exterior más que después de ponerse el sol…
Por el auricular, Nadia oye cómo claman las voces de los miembros de la red que, sorprendidos por las revelaciones de Sergei, la bombardean a preguntas. Acaban por llegar por sí solos a una misma conclusión inquietante:
Capítulo 12
Hace 2.400 años, Bucéfalo, el caballo con fama de indomable, solo temía a una sola cosa en el mundo: su propia sombra. Alejandro, quien entonces contaba apenas doce años, lo comprendió de forma intuitiva. Montó a Bucéfalo y, tras una feroz batalla entre sus dos voluntades inflexibles, logró que el caballo se diera la vuelta y se situara cara al sol, lo que hizo desaparecer la sombra y apaciguó al animal. Bucéfalo era uno de esos caballos que obedecen a un solo amo. Dejó que el muchacho lo guiara y le acompañó fielmente durante sus muchos años de conquistas. Hannibal, sin embargo, incapaz de conseguir que los caballos confíen en él y temeroso de que el semental negro, también llamado Bucéfalo, escape a su control, ha optado por impedir que este vea jamás la luz del sol.
Se está preparando para cabalgar sobre su propio Bucéfalo, provisto de la estrella de Alejandro Magno reconstituida, para obtener el poder absoluto y la inmortalidad. Nadie sabe qué haría este hombre, que ya cuenta con un enorme poder en el ámbito económico, político y científico y, sin embargo, es claramente un perturbado mental, en caso de que llegara a alcanzar la omnipotencia…
Capítulo 12
El profesor Temudjin intenta tranquilizar al grupo:
—Pensemos de forma práctica. Hemos encontrado el caballo, pero no la estrella. Así que es urgente que localicemos la estrella y nos hagamos con ella.
—Leyla y yo estamos más cerca del núcleo del castillo —dice John—. Nosotros la buscaremos.
—Yo iré de refuerzo —añade Pablo—. Antes de que se estrellaran los drones, vi algo parecido a una salida de ventilación junto a los cimientos del castillo. Intentaré entrar por ahí. Battushig y Salonqa, necesito que vigiléis y me aviséis si hay obstáculos en el camino o alguien al acecho.
Por lo que respecta a Sergei, ahora que Zaldia está de vuelta en Rusia y él se ha reencontrado con su hija, quiere abandonar el castillo lo antes posible. Nadia duda; ya ha logrado encontrar a su padre, de modo que permanecer aquí más tiempo no le aporta nada, pero sus amigos y el profesor Temudjin se han convertido en su segunda familia. ¿Va a abandonarlos ahora que deben afrontar grandes riesgos?
Capítulo 12
Mientras Nadia y Sergei salen del castillo por la ventana y descienden por la cuerda, Leyla se separa a regañadientes del semental negro y trepa con John por la escalera central.
En cuanto a Pablo, ya ha empezado a correr a través de los pinos, decidido a llevar a cabo la misión que se ha marcado. Siente tanto resentimiento contra el hombre que disparó a su yegua, Tormenta, de forma fría y gratuita, que ha jurado destruirle. Los miembros de la red le parecen demasiado pacifistas, cobardes en exceso. Ejecutará la misión por su cuenta…
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Capítulo 13
Pablo llega a los bajos del castillo. Corta la vegetación con su facón, el gran cuchillo que los gauchos argentinos llevaban atado a la espalda con un ancho cinturón. Retira la tapa de la ventilación y se aventura por el conducto estrecho, oscuro y húmedo que desciende abruptamente hacia el suelo. Calcula que debe estar un nivel por debajo del sótano que alberga el jardín artificial donde está atrapado el semental negro. A medida que avanza, le ataca un olor a antiséptico. Pronto llega al final del conducto de ventilación y en ese crepúsculo artificial, divisa tras la rejilla una habitación llena de armarios cerrados y estantes abarrotados de material clínico: gasas, compresas, vendas, sondas… Pablo presta atención al más ligero ruido para detectar si hay guardias cerca, pero no oye nada más que un débil sonido mecánico, parecido al latido de un corazón. La habitación está vacía y parece que no hay moros en la costa. Retira la rejilla silenciosamente y luego se escurre como una serpiente.
La puerta no está cerrada con llave, así que la abre despacio con una mano, mientras con la otra sostiene el
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cuchillo con fuerza. El sonido mecánico se oye más fuerte ahora. Pablo avanza por el pasillo hasta llegar a una especie de establo subterráneo, en el que yeguas en distintas etapas de gestación descansan en boxes individuales. Ninguna de ellas se mueve, pero respiran. Están conectadas a goteros y máquinas que controlan sus funciones biológicas. En lugar de nombres, en las puertas de los boxes solo constan números y gráficos.
A Pablo le sobrecoge una profunda sensación de malestar, pero trata de ignorarla mientras prosigue su exploración. A continuación, entra en un enorme laboratorio desierto. Parece como si todo se hubiera interrumpido de repente, como si los empleados lo hubieran evacuado por una emergencia. Pablo, con los nervios a flor de piel, echa un vistazo a su alrededor. No puede reprimir un grito de asco y horror al descubrir los acuarios incrustados en las paredes; particularmente su contenido. Varios caballos inertes en diversas etapas de desarrollo, desde embriones hasta recién nacidos, flotan en un líquido translúcido.
—¿Puede alguien explicarme qué estoy viendo? —pregunta, con la voz alterada, conmocionado ante este espectáculo macabro.
Capítulo 13
Transcurre bastante tiempo hasta que los miembros de la red escuchan la voz del profesor Temudjin, que rompe el silencio en sus auriculares.
—Me temo que se trata de muestras de experimentos de ingeniería genética…
—Profesor —grita Pablo, indignado—, me consta que puede usarse la ingeniería genética para hacer que un tomate se conserve más tiempo, o que la soja transgénica sea más resistente a los pesticidas, ¡pero esto es demasiado para mí! ¿Hannibal está haciendo experimentos genéticos con crías de caballo?
«Bebés» todos idénticos…
Salonqa, con un hilillo de voz, añade: —Profesor, ¿podría tratarse de… muestras de… intentos de clonación?
Los miembros de la red escuchan la explicación del profesor sobre la clonación de animales con un nudo en el estómago. —Se toma una muestra de piel del donante adulto y se extraen los fibroblastos, que contienen
Capítulo 13
todos los genes del animal donante. A continuación, los fibroblastos se conservan en nitrógeno líquido, en una especie de «criobanco».
Por otra parte, se extrae un ovocito u óvulo futuro de una yegua viva —o de una recién salida del matadero— y se sustituye el núcleo celular que contiene el ADN por el del fibroblasto descongelado para así crear un embrión. Este proceso funciona en uno de cada dos mil quinientos intentos. Tras siete días de cultivo, el joven embrión se transfiere al útero de una yegua portadora. Once meses más tarde, la yegua da a luz a un potro clonado, que lleva todos los genes del animal donante. Pero estas gestaciones tienen un riesgo mucho mayor que las normales y, a pesar de los avances científicos, la clonación de animales aún arroja una tasas de mortalidad del 95% para embriones y fetos.
—Por lo tanto —prosigue Salonqa, tratando de ceñirse a cifras y argumentos racionales para evitar dejarse llevar por las emociones—, si la clonación se realiza correctamente, el potro es un gemelo idéntico del donante, a pesar de haber nacido mucho después.
Capítulo 13
Pablo experimenta una sensación de vértigo imposible de contener. Entre la visión de estos «fracasos» que flotan en los acuarios y de las yeguas enjauladas como ratas de laboratorio, gestando las creaciones monstruosas de Hannibal en su vientre, la furia y el asco comienzan a hacer mella en él, que sale corriendo del laboratorio para continuar la búsqueda de Hannibal. ¡Ahora tiene aún más motivos para querer acabar con él!
Pablo da con otra puerta y la abre, con las manos temblorosas de rabia. Le invade un frío glacial. Es una sala frigorífica, de paredes totalmente desnudas. Salonqa le informa de que esta sala no figura en la red de cámaras del castillo, y que no podrá advertirle en caso de emergencia. Pablo aprieta los dientes y entra en la habitación, donde se crean nubes de vaho con solo respirar. Tras un grueso cristal se halla una especie de extraña… escultura. Los ojos de Battushig se abren cada vez más a medida que van apareciendo en su pantalla las imágenes que capta la cámara de Pablo. Agarra a Salonqa del brazo y lo aprieta con fuerza hasta hacerle daño.
Capítulo 13
Piensa en el caballo de hielo, y en el increíble parecido entre esta escultura y el caballo que cayó con su jinete, uno de los soldados de Alejandro Magno, por el precipicio de Mongolia, y luego se conservó petrificado en el hielo durante cerca de 2.400 años. Hannibal sorteó a los equipos de investigación del gobierno mongol y lo transportó en su avión refrigerado hasta su empresa afincada en los Estados Unidos, la Hannibal Corp., especializada en criogenia. Desde entonces, nadie ha vuelto a oír hablar del descubrimiento. Si aquel caballo era el verdadero Bucéfalo, y Hannibal ha logrado extraer una muestra de ADN del caballo de hielo, ¿podría haber clonado a Bucéfalo?
No sin cierto esfuerzo, Salonqa logra despegar los dedos de Battushig de su brazo Y sacude a su compañero, que parece haberse convertido también en una estatua.
—¿Qué te pasa? ¡Ni que hubieras visto un fantasma!
—No te lo vas a creer —responde Battushig, un momento después—. El caballo atrapado en el hielo, el que
Capítulo 13
cayó por el precipicio en Mongolia junto con el soldado de Alejandro… ¡estoy seguro de que es este!
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Capítulo 14
Los miembros de la red se quedan petrificados ante la imagen de la estatua de hielo. Comprenden que se trata de Bucéfalo, del Bucéfalo original. Los acuarios, y el vientre de las yeguas que yacen en los boxes… todos ellos albergan clones de Bucéfalo. Por tanto, el semental negro que ocupa el jardín artificial del sótano debe ser el clon perfecto, el definitivo.
De pronto se activa una alarma estridente, que puede oírse en todo el castillo, probablemente a causa del aumento de temperatura en la sala refrigerada. La puerta lleva abierta demasiado tiempo.
—¡Sal de ahí, Pablo! —grita Salonqa—. Estamos perdiendo el control de las cámaras. Acabarás por encontrarte cara a cara con los guardias de Hannibal.
El joven obedece como un autómata. Cierra la puerta y retrocede, sorprendido por las recientes revelaciones acerca de los experimentos de Hannibal con la clonación. Una pregunta le atormenta: Si él tuviera acceso a esta tecnología y fuera capaz de llevar a cabo la manipulación genética,
Capítulo 14
¿podría clonar a su yegua Tormenta a partir del ADN en caso de que ella sucumbiera a las heridas?
John y Leyla suben de cuatro en cuatro los peldaños que separan el jardín artificial de la planta superior. Dos de las tres puertas están cerradas con llave, pero la tercera, cuyo picaporte tiene forma de timón, está abierta de par en par. La escandalosa alarma aún sigue sonando, por lo que solo pueden comunicarse por señas. Situados de espaldas a la pared, uno a cada lado de la puerta, se dan la señal para entrar ambos al mismo tiempo en la habitación, que resulta estar vacía. Fascinados, se acercan al complejo aparato cilíndrico que se halla en el centro de la sala. La máquina está rodeada por una serie de puntos de control electrónicos recubiertos por una cúpula de cristal, que contienen expositores no más grandes que una mano humana, todos ellos vacíos. En el centro de la máquina descubren una estrella metálica dorada de cinco puntas, grabada con letras y símbolos griegos, completa e idéntica a las reproducciones informáticas creadas por Battushig. John, siempre cauteloso, examina el aparato más de cerca. Teme que la estrella pueda estar protegida por un
Capítulo 14
sistema mortífero. Leyla, sin embargo, pasa directamente a la acción y coge la estrella entre las manos. A gritos, indica a John:
—Rápido, ¡tenemos que ir a reunirnos con los demás!
De pronto, la alarma enmudece. John logra retener a Leyla antes de que salga escaleras abajo y la empuja contra la pared justo a tiempo; tres guardias armados se apresuran hacia la sala de la estrella. Por un instante, John y Leyla creen que están acabados, pero el primero de los matones pisa el pequeño adoquín situado ante la puerta y el suelo se abre bajo sus pies. Los guardias, horrorizados, desaparecen en las profundidades del castillo. Se oyen gritos de angustia procedentes del subsuelo, pero John y Leyla deciden hacer caso omiso de ellos y correr hacia la salida, esquivando escrupulosamente los bordes de la fosa.
Por el auricular, donde no se escuchaba nada desde que saltó la alarma, suena de pronto la voz imperiosa de Battushig, salpicada de interferencias.
Capítulo 14
—A todos, ¡objetivo cumplido! ¡Abandonad el lugar inmediatamente!
Salonqa le plantea de repente una pregunta insólita a Battushig, que se esfuerza por mantener la comunicación con los miembros de la red:
—Si pudieras quedarte con el sello de la omnipotencia para ti solo, ¿qué harías con él?
Pero Battushig no la escucha, concentrado en sus problemas informáticos. El rostro de Salonqa se ensombrece. Ella sí sabe qué haría si tuviera que enfrentarse a ese dilema. No aceptaría nunca quedarse con la estrella ni con sus poderes. No podría soportar la idea de ser inmortal y estar sola por siempre jamás. Prefiere saborear el presente, y tal vez el futuro, junto a Battushig…
Pero la ensoñación le dura poco, porque cuando John y Leyla corren para reencontrarse con ellos, esta última tropieza con una raíz que sobresale, grita de dolor, tambaleándose sobre el tobillo torcido, y cae dolorida al suelo. John se detiene y la ayuda a
Capítulo 14
levantarse. Leyla aprieta los dientes para evitar gritar al apoyarse de nuevo sobre el tobillo lastimado. John le pasa el brazo por debajo del hombro para ayudarla a andar, pero Leyla le aparta y señala algo que brilla entre las rocas y las hojas de pino. Al tratar instintivamente de amortiguar la caída con las manos, Leyla ha dejado caer la estrella, que ahora yace hecha pedazos en el suelo, recubierta de polvo blanquecino. John intenta recoger los trozos y guardárselos en el bolsillo de la camisa, pero Leyla se le acerca cojeando y le dice:
—Déjalo, John. Eso no es la estrella verdadera, sino una copia en yeso o escayola. Hannibal nos ha engañado.
John se endereza, consternado.
—¿Habéis oído? Hannibal debe tener el sello consigo. Ha intentado echarnos del castillo. ¡Tenemos que regresar para impedir que haga uso de la estrella!
Battushig se separa de su equipo informático, dispuesto a salir corriendo hacia el castillo, pero Salonqa le detiene.
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—No te ofendas, pero no estás en condiciones físicas de enfrentarte a Hannibal en una pelea cuerpo a cuerpo. Chicos, si queréis ayudarme, tú desde aquí y Kushi desde Mongolia, creo que tengo una idea. Es nuestra última oportunidad…
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Capítulo 15
El cielo empieza a oscurecerse. Leyla, cuyo esguince de tobillo claramente aminora su velocidad, sermonea a John:
—Olvídate de mí y corre. Ya es casi de noche. Hannibal y Bucéfalo escaparán y se perderán en la nada como alma que lleva el diablo.
Pablo, resoplando, exclama por su micrófono:
—Un lugar sin sombras… el jardín subterráneo está vacío… ¡Aprisa, al picadero!
Pero cuando Pablo llega al picadero, seguido de cerca por John, ya es demasiado tarde. Hannibal está a horcajadas sobre el clon de Bucéfalo, inmóvil en el centro de la pista, cuya iluminación anula toda sombra. Parece que les estuviera esperando.
—Por fin nos encontramos —pronuncia con orgullo y arrogancia, al tiempo que llegan también Battushig y Salonqa.
Hannibal les hace saber fríamente que podría haber acabado con todos ellos, pero que ha
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preferido reunirlos para que sean testigos de su triunfo, ahora que controla al semental y tiene la estrella en su poder. Pablo lanza un grito de rabia a la vez que desenvaina el facón, y echa a correr hacia el centro de la pista. Salonqa se interpone para impedírselo.
—¡No! ¡No hagas eso! John, ¡tú ayúdame!
Hannibal ríe con malicia. Sus ojos heterocromos resplandecen de júbilo. Se desabrocha la parte superior de la camisa y hace oscilar sobre su cabeza el sello de Alejandro Magno, que pende del cordoncillo que lleva alrededor del cuello. Pero Hannibal no ve la silueta que se mueve tras él, y no entiende por qué Bucéfalo se encabrita de repente, por qué una potente luz inunda la arena de la pista frente a él, por qué la sombra de un caballo parece amenazar con atacar a su Bucéfalo, ni por qué este, presa del pánico, lucha contra la mano que sujeta las riendas y contra las espuelas que se clavan en sus costados. Hannibal emite alaridos de frustración y golpea al semental asustado con una porra telescópica que se había guardado en la bota, causando marcas sanguinolentas por todo el cuerpo del caballo.
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Ignora las súplicas de Sergei, que acaba de llegar a la pista acompañado de Nadia, exigiéndole que deje de pegar al semental. En su lugar, arremete aún con más saña. ¡No puede rendirse ahora que está tan cerca de lograr lo que siempre ha soñado!
Poseído por el miedo y el dolor, Bucéfalo forcejea hasta desarzonar al bruto de su jinete y huye de esta sombra maléfica que le ataca. En cuanto Hannibal toca el suelo, una especie de onda eléctrica parece recorrer su cuerpo y, al instante, arde en llamas cual árbol seco alcanzado por un rayo.
Mientras los jóvenes contemplan, paralizados, las cenizas humeantes de Hannibal sobre la arena de la pista, Sergei, de pie a pocos pasos de Battushig, hace todo lo posible por tranquilizar al caballo y calmarlo. Battushig habla como si estuviera solo, con la mirada perdida en la distancia y un proyector holográfico en miniatura en la mano:
—«Si, por desgracia, su portador hubiera de sucumbir a la locura o la rabia, o superara su ambición a la razón, la estrella habría de llevarlo a la perdición». La profecía se ha cumplido. Perdónanos, Bucéfalo
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Salonqa tuvo tenido una intuición formidable. Hannibal tomó tomado tantas precauciones para que el clon de Bucéfalo no viera jamás el sol, que ese se había convertido en el punto débil por donde atacarle. Puesto que recrear el sol era imposible, los chicos utilizaron fotos de Bucéfalo para crear y proyectar la sombra holográfica animada de un poderoso semental reflejado y luego hicieron que aparentara atacar a Bucéfalo. Al romper el vínculo que Hannibal había logrado establecer con el corcel, le forzaron a revelar su locura y su ambición desmedida.
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Capítulo 16
Epílogo
Sergei ha terminado de recoger sus pertenencias en la casa que sirvió de campamento base. Al cerrar la puerta, cree escuchar un relincho nostálgico de despedida en la distancia. Sabe que el eco de los cascos de Bucéfalo alejándose por el bosque oscuro perdurará largo tiempo en su memoria. ¿Qué será de este semental excepcional, indómito y orgulloso, ahora que el propio Sergei le ha dejado libre en plena naturaleza? Nadie lo sabrá jamás… Posiblemente sea lo mejor.
Reunidos en la parte alta del valle, a una distancia respetable del castillo, los jóvenes guardan silencio instintivamente; un instante de contemplación antes de llevar a cabo un último acto. El castillo y su terrorífico contenido están listos para ser destruidos. Cuando su jefe desapareció, los esbirros de Hannibal no dudaron en poner pies en polvorosa. Todas las yeguas han sido liberadas en el extenso bosque. Tan solo falta pulsar el botón que desencadenará una sucesión de explosiones controladas a distancia. Pero antes de pasar página y archivar el secreto
Capítulo 16
compartido por Hannibal y Alejandro, aún queda una última decisión, difícil de tomar: ¿qué hacer con los cinco fragmentos de la estrella que Nadia recogió de entre la arena después de que Bucéfalo la rompiera en pedazos de nuevo con los cascos?
John es el primero en pronunciarse.
—Nos llevaremos una pieza cada uno y la escondemos en algún lugar secreto, como hicieran los jinetes de Tolomeo. Nunca diremos a nadie dónde la hemos escondido, ni siquiera a los otros cuatro. Es la mejor forma para que el secreto no se desvele jamás.
Un pesado silencio sigue a la propuesta de John. Todos saben que tiene razón, y que quien se responsabilice de un fragmento deberá asumir esa carga durante el resto de sus días. Battushig rompe el silencio, con un grave tono de voz.
—Creo que todos la hemos experimentado o sentido en nuestro interior. La tentación de la omnipotencia y la inmortalidad es demasiado grande, a pesar de que tengamos las mejores intenciones. Si nos mantenemos en contacto, si volvemos a
Capítulo 16
vernos, no estoy seguro de que no sucumbamos al deseo de reforjar el sello y aprovechar su poder.
—Lo que significa que no podemos volver a vernos nunca —concluye Salonqa.
—Hmm —interrumpe Leyla, con un nudo en la garganta—. Hay cinco fragmentos y nosotros somos seis. ¿Así que quiénes…?
Los seis levantan la mano sin dudarlo. Tras un momento, los ojos de Leyla se encuentran con los de John. Salonqa mira de soslayo a Battushig… Pablo, en secreto, se alegra por una vez de estar soltero y Nadia se da cuenta de que nunca podrá volver a ver a su padre. ¡Esta opción es inviable!
***
Terminal de salidas, aeropuerto de Múnich
El profesor Temudjin camina hacia los adolescentes cansados, ya reunidos en la terminal, estrecha la mano de Sergei y le susurra unas palabras. Luego ambos se giran hacia el grupo con una mirada de afecto y comprensión.
Capítulo 16
—Estos dos caballeros se llevarán un fragmento cada uno. Leyla y John, Salonqa y Battushig, no debéis separaros. El amor mueve montañas.
—¿Papá? —murmura Nadia, angustiada. —Si Pablo toma un fragmento, las dos parejas, dos más, y el profesor y tú los otros dos, ¿quiere decir que no podré volver a verte?
—¿Conoces a alguien más discreto que tu padre? —responde Sergei, con un punto de malicia en su voz.
Nadia rompe a llorar y se arroja a los brazos abiertos de Sergei.
Cuando los escandalosos altavoces del aeropuerto anuncian el embarque, el profesor Temudjin abraza cálidamente a cada uno de los aventureros.
—Hasta siempre, amigos. Habéis tomado la decisión correcta, incluso aunque tengáis que pagar el precio de cargar con este secreto para siempre y no volváis a veros de nuevo. Os deseo una vida tan larga, feliz y sabia como la de Tolomeo…
Capítulo 16
Memorias de Tolomeo I Soter, rey de Egipto, aprox. 285 a. C.
… Tomé el sello de poder y rompí cada una de sus puntas con mi espada. Cinco jinetes de confianza se encargaron de llevar cada uno una punta de la estrella lo más lejos posible, para asegurar que nadie pudiera reunirlas de nuevo. El quinto jinete, mi mejor teniente, montó a Bucéfalo… y él, a cambio, le dirigió hacia los confines de la tierra.
… Alejandro nunca volvió a ser el mismo. Abandonamos la conquista de la India y nos retiramos. Alejandro murió de malaria en Babilonia, justo antes de su trigésimo tercer cumpleaños.
… Acabo de celebrar mi 80º cumpleaños y, en mi larga vida, nunca he vuelto a ver a ninguno de los cinco jinetes. El mundo es demasiado extenso para que una sola persona intente gobernarlo sin causar su destrucción. Ruego a Zeus y a Amón que, hasta el fin de los tiempos, nadie reúna jamás los cinco fragmentos del sello de Alejandro Magno.